La pandemia del covid19 nos trajo el primer estado de alarma de la democracia. Para analizar esta situación he escrito el libro «100 días en estado de alarma. La democracia confinada« La crisis del coronavirus nos ha permitido distinguir entre quienes han asumido riesgos y quienes se han quedado paralizados o simplemente han ido al rebufo de los acontecimientos. En el caso de España no fue hasta que se contabilizaron 35 muertos cuando desde La Moncloa se empezaron a tomar decisiones.
En un primer momento la estrategia giró en torno a tres máximas:
1.- Seguimos las recomendaciones de los expertos
2.- Estamos ante una crisis global
3.- Apelamos a la responsabilidad de los ciudadanos
El gobierno de España y la pandemia
Días después se sumaron las críticas a la Unión Europea y se trató de eludir la responsabilidad del Gobierno abriendo la puerta a que fueran las CCAA quienes pidieran el estado de alarma. Si el 14 de marzo Pedro Sánchez asumió el mando único, el 25 de agosto el presidente ya con miles de víctimas trasladó la responsabilidad a las comunidades autónomas.
En ese sentido Pedro Sánchez defendió que fueran los propios presidentes regionales quienes dieran la cara en el Congreso. Unas comparecencias que no están previstas en la ley orgánica 4/1981: en el artículo octavo dice que correspon de al Gobierno nacional «dar cuenta en el Congreso de la declaración del estado de alarma».
Pedro Sánchez dijo sin embargo que lo permitiría y lo llamó «cogobernanza» en un nuevo intento por activar un cortafuegos a su gestión. En esa estrategia el Gobierno negó también toda información a la oposición. Mientras públicamente se apostaba por el diálogo, al mismo tiempo se acusó al PP de ser desleal con la propia democracia.
La revolución digital frente a la pandemia del coronavirus
Durante semanas (hasta más de 100 días) Pedro Sánchez —que acumuló más poder que ningún otro presidente en democracia— evitó incluso llamar al líder de la oposición que se enteró por televisión, al igual que el resto de los españoles, de las medidas que se adoptaban.
El presidente —que cedió a las exigencias de nacionalistas vascos (permitiendo un mayor déficit), independentistas catalanes (rebaja del delito de sedición y tramitación de indultos) e incluso de Bildu (lamentando el suicidio de un etarra y acercando a medio centenar de presos)— exigió después a Pablo Casado, y de manera continuada, un apoyo incondicional.
La oposición
El presidente del PP formó por su parte un ‘gobierno en la sombra’. Defendió la obligatoriedad de las mascarillas y presentó un plan económico que incluyó, ya en mayo, la prórroga de los ERTE hasta diciembre. Casado acusó a Sánchez de mentir a los españoles y de realizar una gestión nefasta, aunque dejó siempre abierta la puerta al diálogo.
Pese a todo, cualquier comentario, por pequeño que fuera, cualquier crítica, fue respondida como una ‘deslealtad’ al Gobierno y la imposición de una etiqueta: ‘facha’.
Lecciones de estrategia de la pandemia de covid-19
Se estigmatizó al que pensará diferente: “Cayetanos”. Una estrategia, la de La Moncloa, que tenía como objetivo externalizar el problema fuera de las cuatro paredes del Consejo de Ministros y poner la pelota en un tejado ajeno a la gestión del Gobierno.
Desde el inicio de la crisis y hasta el 13 de marzo, cuando anunció su intención de declarar el estado de alarma, Pedro Sánchez se parapetó detrás de los expertos.
Hoy sabemos que incluso el Gobierno faltó a la verdad cuando nos habló de un ‘comité de expertos de desescalada’. Un comité fantasma que meses después se supo que jamás había existido.
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María Eizaguirre Comendador, es periodista de Tve y candidata al Consejo de Administración de RTVE.