Los algoritmos, el Big Data y la Business Intelligence son los tres ejes sobre los que pivota gran parte de la transformación digital de las empresas y negocios de todo el mundo. En lenguaje matemático se denomina algoritmo a un grupo finito de operaciones organizadas de manera lógica y ordenada que permite solucionar un determinado problema. Se trata de una serie de instrucciones o reglas establecidas que, por medio de una sucesión de pasos, permiten obtener un resultado o solución. Los algoritmos son muy importantes en informática ya que permiten representar datos como secuencias de bits. Un programa es un algoritmo que indica a la computadora qué pasos específicos debe seguir para desarrollar una tarea.
Los algoritmos y la Business Intelligence
Hoy día los algoritmos y la inteligencia artificial se han convertido en el secreto del éxito de muchas grandes compañías ya que les permite gestionar un flujo ingente de información para tomar decisiones fundamentales para su actividad. Los algoritmos no solo tienen la capacidad de explicar la realidad, sino también de anticipar comportamientos. Es una ventaja para evitar o minimizar riesgos o para aprovechar oportunidades.
Se calcula que la humanidad ha generado en los últimos cinco años un 90% de la información de toda la historia. También han crecido vertiginosamente las posibilidades de interconectarlos. Por ello, gran parte de la transformación digital está íntimamente relacionada con el floreciente negocio de los algoritmos y el llamado big data. Además se precisan personas con soft skills.
A la sombra de los cuatro gigantes GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple), que basan su enorme poder en la combinación de datos y algoritmos, cada vez más empresas invierten cantidades crecientes de dinero en todo lo relacionado con big data.
Vivimos en la época de la disrupción, la paradoja y el dato. Tengamos en cuenta que la mayor compañía telefónica del mundo, WhatsApp, no tiene infraestructuras de telecomunicaciones, pero manda 35.000 millones de mensajes diarios. O que Uber, la principal empresa de taxis del planeta, no posee ningún coche en propiedad, y, sin embargo, emplea algoritmos para conectar a los pasajeros y los vehículos. En todas, estos patrones numéricos se convierten “en una poderosa arma competitiva”. Tanto es así que el sistema de recomendación de búsquedas de Amazon ayuda a aumentar sus ingresos hasta en un 15%. Y Google no sería la marca más valiosa del planeta sin PageRank, su mítica familia de algoritmos.
En mayo de 2010 un agente de futuros hizo perder más de 900 puntos al índice Dow Jones en solo cinco minutos usando un algoritmo que lanzaba órdenes falsas de venta (A este desplome se le denomina como flash crash). Poco importa el nombre, al final todo son ecos profundos del manejo masivo de datos.
Lo cierto es que ya sea desde el entusiasmo o la resignación, los algoritmos son la esencia de la economía digital y van a gestionar gran parte de nuestras vidas. La agencia de prensa Associated Press (AP) los utiliza para escribir 2.000 piezas financieras sencillas al minuto. La firma de capital riesgo Deep Knowledge ha sentado en su consejo de administración a un algoritmo para que decida en la compraventa de participadas. El Chef Watson (IBM) crea platos únicos basándose en todos los ingredientes que existen en el planeta y The Bestseller Code identifica al próximo Señor de los anillos. Esto es la realidad, nos guste o no. Los algoritmos gobiernan nuestra vida.
El lado oscuro de los algoritmos
Pero no todo es color de rosa en el mundo de los algoritmos. Kevin Slavin, profesor en el MIT Media Lab, avisa de que estamos “escribiendo un código que no sabemos leer, con unas consecuencias que no podemos controlar”. Lo advertía hace un tiempo en una charla TED (ver video).
El profesor Slavin nos da varios ejemplos en esta tarea de evangelizador del desastre. Los algoritmos de Amazon, al competir entre sí, dieron por unas horas un precio de 23 millones de dólares al ignoto manual de biología molecular The making of a Fly (La creación de una mosca). Otro caso: un fabricante de ascensores diseñó un algoritmo que predice en qué piso se detendrá. Incluso eliminó los botones. Eran innecesarios. El fallo es que la gente se aterrorizaba al entrar en un elevador sin controles. Nadie quería verse atrapado ahí en una emergencia. Además se sabe que el 60% de las recomendaciones que proponen plataformas de streaming cinematográfico como Netflix (que ha utilizado un algoritmo llamado, reveladoramente, Pragmatic Chaos) están basadas en propuestas de algoritmos a partir de lo que el big data rastrea sobre nuestras vidas. Series como House of Cards ya siguen esa lógica. ¿Debemos preocuparnos?
El problema no es el auge de los algoritmos. El problema es que a menudo no los gestionamos bien. Políticos y empresas necesitan entender en profundidad cómo funcionan para manejarlos acertadamente. Al igual que los adivinos predicen el futuro, pero son incapaces de explicarlo. Un algoritmo puede leer todos los artículos de un periódico y decidir cuáles serán probablemente los más compartidos en Twitter sin explicar la razón; un algoritmo puede contarte cuáles son los trabajadores más exitosos sin identificar las cualidades más importantes para tener éxito; un algoritmo puede ser, la verdad, miope y solo entender el corto plazo. Estas limitaciones llevan hacia dudas éticas que impactan, por ejemplo, en los vehículos autónomos. ¿En un accidente, quién es el responsable? ¿El conductor, el coche, el programador, el algoritmo? Volvo ha anunciado que la marca se responsabilizará de sus vehículos y el organismo que controla la seguridad de las carreteras estadounidenses (NHTSA, por sus siglas en inglés) reconocerá al sistema automático de conducción de Google como el “conductor”.
Psicólogo. Coach Ejecutivo. Fundador y CEO de SoyDigital Network, empresa especializada Digital Business Solutions. Profesor MBA en la Universidad Europea de Canarias. Online desde 1996.
Todo lo que hago es porque creo sinceramente que puede aportar valor a la vida o los negocios de otros.